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Capítulo 22 - Lilina Rapsen

  La emoción del viaje luchaba a muerte en mi interior contra el hecho de que aquella noche no había podido disfrutar de más de cuatro horas de sue?o. Iba a ser mi primera vez cruzando el mar y la idea de perderme la experiencia por simple y llano cansancio me cabreaba. Por suerte, el buen café del siempre madrugador Rory era capaz de inclinar la balanza a favor de la vigilia, aun con mucho esfuerzo.

  ―Entonces, para que me quede claro ―Rory rellenó la taza de Mirei como reacción a su extendido bostezo sin que dijera nada―. Ha habido... Otro Diluvio. Sobre Kadrous. Mientras dormía plácidamente.

  Asentí con un cansado vaivén de cabeza. El alquimista cogió una peque?a libreta de su escritorio y tomó un par de notas.

  ―Y como no podía ser de otra forma, vais a ir ahora mismo a verlo en primera persona.

  ―Eso es. ―Me dejé caer sobre la mesa a peso muerto―. Ahora mismo. No un par de horas más tarde en las que podía dormir. Ahora mismo, que el sol ni ha salido del todo. Esa clase de ahora mismo.

  ―?Pero qué demonios os pasa? ―No estaba mirándole a la cara, pero pude sentir cómo sus ojos centelleaban―. ?A Kadrous? Os recuerdo que solo el trayecto toma tres días en barco. Y pretenderéis que me haga yo cargo de absolutamente todo otra vez. Ya sabía yo que ese discurso sobre lo bonito que es delegar tareas no iba a ninguna parte. ?Se os ha podido ocurrir, por una vez, que yo también tengo mis propios planes?

  ―Tranquilízate, Rory ―bufó Mirei con tanta fuerza que me llegó el aroma a café a la cara―. Vamos a ir con los Tennath y dicen que llegaremos a mediodía si todo va según lo previsto. Con un poco de suerte estemos de vuelta ma?ana a la hora del almuerzo. No te preocupes, nos haremos cargo de lo que necesites a la vuelta. Anda, ve a tener tu cita esta noche, el taller seguirá en pie por la ma?ana.

  ―Tú lo has dicho, ?con un poco de suerte! ―protestó con exasperación―. El cielo arde, el mundo se está poniendo patas arriba. Estaría bien poder contar con que a vosotras no os dé por hacer locuras, pero eso es mucho pedir... Y, además, ?no es una cita!

  ―Que sí, que es una ?expedición científica? ―se burló la maquinista―. Te diría que dejaras de enga?arte con tanto eufemismo, pero por la cuenta que me trae, me limitaré a... agradecer tu investigación sobre las estrellas, supongo.

  ―Así me gusta. Buena chica. ―Le acarició el pelo. Me pareció oír un gru?ido en respuesta―. Solo quiero que tengáis cuidado y que no cometáis ningún tipo de locura, ?vale?

  ―Se hará lo que se pueda. ―Intenté hacer que la cafeína tomase efecto inmediatamente, pero el resultado fue un cabeceo que acabó mareándome―. Si nosotras también tenemos mucho que investigar...

  ―Ya me encargaré yo de que se cuide, sí. ―Mirei dejó uno de sus brazos sobre mi espalda―. Y algo me dice que nuestro amigo Dan también se va a desvivir por la seguridad de la se?orita.

  Se me atragantó la réplica. Intenté darme un par de segundos extra para pensar en qué contestar, pero el atronador sonido de la campana de la entrada descarriló mi tren de pensamiento. Sin pensarlo, salí corriendo de un torpe salto a la entrada y abrí la puerta de par en par.

  ―?Buenos días! ―Amelia parecía más alegre de que de costumbre.

  Y, en ese momento, me di cuenta de que nunca llegué a preguntar a Mirei sobre la conclusión de su cita. Observé un poco más a la pareja para sacar mis propias conclusiones a través de su lenguaje corporal, pero mi cerebro aún no carburaba lo suficiente.

  ―Hola. ―Dan fue bastante más escueto. Aunque ocultaba sus ojos bajo unas lentes tintadas, era fácil ver que nos estaba rehuyendo la mirada.

  ―?Ves? ―Su hermana le dio una palmada en la espalda―. Un simple ?Hola?, y no un ?Dichosas tardes tengan vuesas mercedes?. ?A que no ha sido tan difícil saludar a nuestros amigos de Risenia?

  El noble se giró y, algo molesto por las chanzas de su hermana, dio unos cuantos pasos hacia el extra?o vehículo que habían aparcado en la explanada. Aproveché para echarle un vistazo e intentar identificarlo. Si bien era similar a uno de esos carros de vapor personales que empezaban a verse por el centro de Coaltean, su forma era bastante más alargada. En lugar de contar con cuatro asientos dispuestos en filas de dos, los cinco sillones (uno se quedaría libre en ese viaje) estaban en línea. También eran especialmente llamativas unas alas que recordaban a la de los murciélagos: dos que se plegaban en torno al lugar en el que se sentaban los pasajeros y otras dos, más peque?as, en la parte trasera. La máquina hacía gala de un montón de peque?as hélices, pero por su forma y posición, debían ser poco más que decorativas.

  ―Así que esta es la avioneta de la que me hablaste. ―Los ojos de Mirei se abrieron como platos―. ?Rory! ?Rory! ?Ven, anda! ?Esto te va a gustar!

  La entusiasta de la tecnología dio un par de vueltas en torno al vehículo con la intención de examinar hasta el último de sus engranajes.

  ―?Mira, Rory! ―Se?aló un par de tuberías que se enroscaban en torno a una pieza familiar―. ?Esto lo hemos inventado nosotros! ?A que mola?

  ―Así que estáis usando el dispersor etérico para... ―pensó por unos instantes―. Si está en esa posición y, con ese color y ese olor tan pungente a... Solo puede ser...

  ―?Distribución de la combustión! ―El hasta en ese momento silencioso Runi se encendió. Rory dio un manotazo al holograma, pero no pareció inmutarse―. ?Ajá! ?Habéis sustituido el circuito de vapor de vuestros planos originales de la mecavioneta por unas placas de repulsión de peque?as explosiones de éter! Y... ?Un segundo, que escaneo! Claro, habéis cambiado el recubrimiento para que aguante las nuevas velocidades y proporcionado un sistema de redundancia por si el motor contase con algún tipo de error mecánico. ?Ya veo! ?Repulsores de éter eólico! Y si no me equivoco, también un segundo juego para un posible desplazamiento hídrico en caso de colisión. ?Nada mal, nada mal!

  ―Bueno, quería explicarlo yo, pero... ―Amelia se encogió de hombros―. Esencialmente es eso, sí. Pensé que te animaría ver qué puedo hacer con vuestro trabajo, Rory. Y si consigo convencer a Padre, ?quizá en unos meses la gente pueda cruzar el océano en un barco etérico!

  ―Sin duda. ―El aludido dibujó una sonrisa genuina en sus labios, muy pagado de sí mismo―. Ya sabes que no soy precisamente un especialista en maquinaria, pero... Guau. No mentías cuando decías que querías hacer magia.

  ―?Por qué respetar las leyes clásicas de la aviación cuando podemos alterarlas con alquimia? ―le devolvió el gesto―. Y, antes de que se me olvide...

  Le lanzó un peque?o dispositivo del tama?o de una moneda que agarró al vuelo. No fui capaz de identificarlo, pero un Runi emocionado por su última actualización fue rápido en quitar el velo:

  ―?Oh! ?Es un transmisor electromagnético de larga distancia! ?Yo también tengo uno en mi hardware! ?Podremos hablar en cualquier momento, aunque estemos en puntas opuestas de este mundo!

  ―Intenté conseguirte un dispositivo Alrune como los nuestros ―explicó la noble―, pero contamos con muy pocos y Padre los guarda con mucho recelo. Tendrás que aguantar con uno de estos por ahora.

  ―Me servirá. ―Era divertido ver a Rory escudri?arlo en busca de alguna pista de su uso―. Suponiendo que entienda cómo activarlo, claro.

  ―?Bueno! ?Bueno! ―Di un par de saltos, emocionada por ver el vehículo en marcha―. ?No me habéis hecho madrugar tanto para quedarnos de parloteo en tierra! ?Dan! ?Ayúdame a subir!

  ―Cl-claro, joven Lilina.

  ―Me pondré... ?Justo detrás del piloto! A juzgar por esas gafas tan molonas, seguro que eres tú. ?Verdad? ?Verdad? ―Di unos peque?os saltos para alzárselas pero el caballero estaba especialmente reservado aquella ma?ana―. ?Así podemos ir charlando por el camino!

  ***

  El impacto inicial de estar surcando los cielos no fue fácil de ignorar. Ya fuese a mi edad o a la de Mirei, ver cómo te despegabas poco a poco del suelo y las cosas dejaban de estar ahí para convertirse en parte de la panorámica era una experiencia única. Esa sensación, el cómo ganábamos altitud y el suelo se desdibujaba, encontrar el límite entre la tierra y el mar... Era única. Eso sí, la interminable vista de un azul tan infinito se hizo demasiado relajante.

  Dan no medió mucha más palabra tras el despegue, y eso que intenté proponerle todos los temas de conversación posibles. A pesar de que ya había empezado a entrenar bajo su tutela y de que ponía todo lo que podía de mi parte, aún era complicado atraer su atención. Cansada de darme una y otra vez con ese muro, decidí que forzarla mientras pilotaba un veloz navío aéreo no era la mejor de las ideas. Lo que quizá era más sorprendente (o, dadas las circunstancias, no tanto), era que las viajeras de los asientos de detrás también se hubiesen quedando en completo silencio encerradas en sus pensamientos, compartiendo poco más que alguna que otra mirada fugaz de tanto en cuando.

  Así que decidí dejar que el sue?o me venciera de una vez y me permitiera, al menos, llegar descansada al continente del oeste. Debí caer rápido, pues tras eso solo fui capaz de recordar peque?os detalles de un sue?o del que prefería no hablar en voz alta. Solo esperaba haber dormido en silencio. No quería tener que dar explicaciones sobre las palabras que murmuraba desde el plano onírico.

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  ―Tierra a la vista. ―Aunque el tono que usó fue suave y agradable, la voz de Dan fue lo suficientemente fuerte como para sacarme del letargo de golpe―. Aterrizaremos en unos minutos al sur de Kadrous.

  Abrí los ojos para encontrarme con una sorprendente estampa en la que el mar se agotaba en playas de arena que parecían salpicadas por cristales de éter ígneo. Algunos montículos minerales brillaban levemente, probablemente por contar con impurezas de esos mismos cristales, mientras que ciertos agujeros de la superficie expelían chorros de agua a presión de forma rítmica. Mirei me había descrito ese fenómeno antes, pero nunca me había dicho que cuando surgían de una construcción cristalina como la que teníamos delante, esa agua se tintaba de sus colores y dejaba peque?as bolsas de vapor brillante durante unos instantes.

  Desde los aires, pensé en todo lo que aún no había visto de este mundo y me alegré de tener la oportunidad de acompa?arlos en el viaje. Vivir de primera mano lo que solo había podido leer en desgastados libros era una experiencia que no acababa de interiorizar. De hecho aún no me creía que hubiéramos cruzado un océano entero en solo unas pocas horas.

  Quizá debería intentar convencer a Dan para hacer algún que otro viaje más a lo largo y ancho de nuestra estrella.

  La mecavioneta tomó tierra en un sendero artificial. Su arena era mucho más clara que la de las playas (y, definitivamente, libre de cristales o chorros de agua imprevistos) y sus lindes se veían definidas por unos pelda?os de roca rojiza. Bajé de un salto y eché un vistazo a la fauna local, que era la esperada en las proximidades de una capital poblada: gelatinas, en ese caso de un vivo color rojo, y algún que otro monstruo de apariencia poco amenazante.

  ―?No os parece que todo está demasiado normal para lo que ha ocurrido? ―quiso saber Mirei―. Desde las alturas he visto algún que otro cráter poco natural que no debería estar ahí, pero... No sé, no veo esto tan distinto de lo habitual. Y eso me perturba.

  ―Arribamos con premura. ―Dan carraspeó con fuerza y agitó la cabeza―. Quiero decir... Hemos llegado pronto, equipo. Todavía contamos con tiempo para reaccionar a lo que quiera que haya acaecido en las tierras del fuego.

  ―No ―dijo Amelia, repentinamente, con la mirada fijada en un holograma que salía de su mu?eca―. Definitivamente, hay lecturas fuera de lo normal. Las estoy analizando mientras hablamos. Ahora estoy aún más convencida: hemos hecho bien viniendo.

  ―Si os sirve de algo ―intercedí―, yo ni siquiera sé lo que es lo normal en todo esto. Así que... ?qué tal si bajamos y echamos un vistazo?

  ―Tú lo has dicho, hermanita: habrá que hacerlo a la vieja usanza. ―Mirei se crujió los nudillos―. Si lo que queréis es recopilar información, conozco el puesto callejero perfecto para eso.

  Si Mirei aprendía una cosa en sus viajes, era dónde hacerse con buena comida. Y, la mayoría de las veces, esos lugares se solapaban con las mejores fuentes de cotilleos de la región. Al fin y al cabo, cuanto mejor la comida, más variada su clientela, ?no? En ese caso, el informante era un teinekell que, según la maquinista, preparaba las mejores brochetas de carne y setas que jamás fuera a probar.

  A pesar de no ser tan elusivos como los teu’iran o tan escurridizos como los momoolin, nunca había tenido el placer de conocer a ninguno de los de su tribu en persona. Sabía que de tanto en cuando se personaban en el resto de continentes por motivos diplomáticos, pero salvo que te gustase pasar por las tabernas a horas intempestivas o tuvieses lazos con la parte alta de la ciudad, la probabilidad de conocerlos fuera de su entorno era prácticamente nula.

  Por los relatos de Mirei y las referencias que había encontrado entre los libros sabía que eran, de hecho, la raza que más se acercaba en aspecto a los humanos. Prueba de ello era su capital, que acogía de forma indiferente a los suyos, a los nuestros y a cualquier criatura dispuesta a comerciar, competir o compartir una buena jarra de hidromiel.

  Grillard, el cocinero, podría haber sido el teinekell de referencia de cualquier enciclopedia: de no más de un metro de altura, tez del color del caramelo tostado, excesivamente musculoso y con una barba de éter que fluía como la lava sin mucho respeto por la gravedad. Su pelo, de un rojo tan intenso como sus ojos hechos de rubí, ondeaba también descontrolado. Y sus facciones, afiladas y duras, dejaban claro que ya estaba bien entrado en la adultez.

  ―?Hostia puta! ?Si es Mirei! ―exclamó al vernos levantar la lona que evitaba que el sol diese directamente sobre el puesto―. ?Qué se te ha perdido hoy por aquí, huair?

  Los teinekell, al contrario que los kabaajin, sabían hablar perfectamente el idioma humano. No obstante, tenían la extra?a manía, probablemente heredada de su propia lengua, de aderezarlo con simpáticas malsonancias y algún que otro juguetón insulto, incluso en contextos profesionales. Y muchos esperaban, de buena cortesía, que se las devolvieras.

  ―Cuatro especiales. ―Se dejó caer contra uno de los taburetes―. Y me vas a poner al día de los rumores, cacho cabestro.

  ―?Especiales? ?Ja! ―Empezó a calentar una parrilla con lo que parecía magia cristal―. Sé que tú puedes con ello, carnelarga, pero... No me hago responsable de las gónadas de tus compadres.

  ―Vigilad esa lengua, vástago de mil infiernos. ―Era gracioso ver a Dan ponerse a la altura de los teinekell. Por la reacción del cocinero, el improperio parecía ser válido, si buen un poco arcaico―. Ha dicho cuatro especiales y eso es lo que vamos a tener.

  ―Así que cuéntame, tontolava ―Mirei tomó asiento con las piernas bien abiertas en el taburete, como dictaba la costumbre―. ?Qué pasó anoche y cómo están las cosas ahora?

  ―?Ah! ?El cielorrojo! ―Extendió los brazos hacia el techo―. Estaba aquí, llenándole al gaznate a los parroquianos como todas las noches y de repente parecía que el jodido Sèamas había hecho estallar el puto Caldero, cagüenlahostia.

  ―Pero... Eso es imposible ―afirmó Amelia―. Ni el Dragón de Fuego podría hacer que la lava del Templo llegase a la altura de la ciudad y, mucho menos, que escapase del Caldero.

  ―Claro, pues. ―Lanzó una mirada de desaprobación a la noble―. No nos jode la paliducha. ?Además, la luz iba hacia dentro, no hacia fuera!

  El due?o del puesto paró de hablar para dejar un plato en la barra. Y, con una mirada burlona, también puso una jarra de agua fría junto a Amelia, que respondió al desafío mordiendo la barra sin quitarle los ojos de encima al cocinero.

  ―Tenías razón, Mirei. ―Aunque se le había descolocado ligeramente el pintalabios, la noble no había sudado ni una sola gota tras comerse la candente brocheta―. He probado todo tipo de comida de la capital y estas son, con diferencia, las mejores. ?Ponme otra, mediopalmo!

  ―?Je! ―Empezó a ensartar más carne en una nueva brocheta―. El insulto es un poco mejorable, pero voy a tener que respetarte por tu buen comer. En fin, por donde iba... Cuando el cielorrojo, salí a echar un buen vistazo. ?Jodidas flechas de luz! ?Hacia dentro del Caldero! ?Para cagarse encima, te digo!

  ―Curioso ―Dan dio también buena cuenta de su ración. él también fue estoico, pero pude fijarme en cómo una gota enorme de sudor se le deslizaba por el cuello a cada mordisco―, eso quiere decir que los Ar...

  ―No hace falta que digas más, Dan ―siseó su hermana.

  ―De acuerdo, mi se?ora.

  Observé como Mirei lanzaba una ojeada desconfiada a los Tennath. Acto seguido, sacó la cabeza del tenderete para echar un vistazo al cielo, en dirección a la boca del Caldero. Y, sin que Grillard pudiera escucharle, susurró algo a Runi, que respondió iluminándose levemente. A juzgar por su fugaz vistazo a la situación, Amelia pareció darse cuenta, pero decidió ignorarlo para hincarle el diente a su segunda brocheta.

  ―Déjame adivinar, Grillard ―se aventuró la maquinista―. Y dejaré de darte la brasa...

  Mirei se comió el contenido de toda la brocheta con solo un tirón lateral. Por desgracia, no le quedó tan molón como esperaba, pues tanta especia logró provocarle un ataque de tos repentino. Por suerte, solo necesitó de un trago de agua para recuperar el ritmo.

  ―?Algunas de esas flechas de luz se desvió del Caldero?

  El hombrecillo asintió con la cabeza.

  ―?Qué bien lo sabes! ?Incluso una de esas chirimbainas cayó justo al lado de mi puesto! ―sacó una peque?a caja de metal de debajo del mostrador―. Aún no he tenido tiempo de ir a la capital a venderla, así que te la dejo por veinte argentos de ná. ?Hace?

  ―Me place. ―La maquinista le estrechó la mano con firmeza―. Pero eres un buen colega y me vas a regalar un tarro de especias para redondear, ?verdad?

  ―Cagüentó, siempre me estás regateando, maldita. Venga, va.

  A pesar de la insistencia de los nobles por hacerse cargo, Mirei decidió pagar a tocateja la caja sin identificar y el precio del almuerzo.

  ―?No vas a comprobarla? ―Tenía curiosidad genuina y necesitaba un tema de conversación para amenizar el camino tras la negativa de Dan a responder a mis preguntas―. Ya que te has gastado el dinero, quizá...

  La maquinista decidió ignorarme. Tenía ese brillo de ?ahora mismo, solo tengo ojos para una persona? en su cara, así que me giré al siguiente objetivo potencial.

  ―Ey, Amelia. ?Desde cuándo eres tan fan de la comida de Kadrous?

  ―Mi familia viene aquí habitualmente por temas de negocios ―se justificó―. Así que he tenido oportunidad de disfrutar la gastronomía local... Supongo que ha acabado encajando perfectamente con mis gustos.

  Una idea pérfida cruzó mi mente.

  ―Anda, qué casualidad ―volví a entrometerme para hacerme oír y di un codazo a mi hermana para que me prestara algo más de atención―. ?Sabías que el curry de Kadrous es su especialidad en los fogones? La muy loca le echa guindilla, por si no estuviera ya caldeadito de por sí.

  ―Bueno... no se me da nada mal, supongo. ―Mirei agachó la cabeza algo cortada―. Quizá debería invitarte algún día a...

  La noble aprovechó que estaba algo agazapada para darle un beso en la mejilla y ambas se miraron con ternura. ?Sí! ?Definitivamente había pasado algo! Y, una vez había derribado sus defensas, solo tenía que volver a hacer la pregunta a la inteligencia adecuada.

  ―Eh, Runi, ?qué es eso que hemos comprado?

  ―?Oh! ?Déjame mirar! ―parpadeó un par de veces―. Si no voy mal errado se trata de... ?Oh, mola, un puntero láser! Aunque tiene pinta de ser uno de juguete. No es lo suficientemente potente como para hacer da?o a un ser vivo, pero si se modifica su salida quizá podamos hacer algo de provecho con él. Por cierto, Mirei, ya he terminado los cálculos que me has solicitado...

  La muchacha intentó sisear para acallar la voz de hojalata, pero estaba demasiado ocupada sonriendo como una tonta y su orden llegó demasiado tarde.

  ―De las trescientas cincuenta y tres se?ales de nueva aparición, solo cuarenta y siete se hallan sobre la superficie de la tierra. El resto emanan de la propia Kadrous, como sospechaba, ?encestadas? ―puntualizó eso con una animación en el aire― a través de la boca de ese volcán inactivo. No obstante... tu teoría estaba en lo cierto, Mirei. Parece que los que han caído fuera tienen una huella totalmente distinta, como si... fueran para despistar.

  ―Para entretener a los entrometidos como nosotros ―contemplé―. ?Y más de trescientas dentro de algo de solo decenas de metros de diámetro? No puede ser casualidad. A no ser que la fuerza que mueve las estrellas sea secretamente el mejor jugador de bolocesto de toda esta estrella.

  ―Hay algo que no me cuadra en todo esto y soy incapaz de dar con la clave ―Mirei se llevó la mano al mentón, pensativa―. Como bien dices. Algo tiene que estar atrayéndolas... O dirigiéndolas. De algún sitio tienen que venir las estrellas, ?verdad, Amelia?

  ―Las lecturas son... ―Amelia extendió sus propios hologramas en el aire, sin hacer mucho acaso al comentario de la maquinista―. Muchas, pero ahora que las estoy interpretando mejor... Me resultan bastante familiares. Runi, ?puedes cruzarlas tú? Acabaremos antes.

  No sabía exactamente a quién mirar, así que lancé la pregunta al aire.

  ―?Cómo de familiares?

  ―?Recuerdas a ese chaval de Abakh? ―Runi había perdido su ?carrerilla? habitual a la forma de hablar, algo que interpreté como una inconfundible se?al de seriedad―. Pues así de familiares.

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